La Cuaresma nos empuja hacia una
marcha, a un recorrido que implica el desierto, lugar nada fácil, pero
necesario para el encuentro con nuestro propio yo en la interioridad, en el silencio, allí en lo más
profundo de nuestro ser donde siempre hay una chispa de Dios que alumbra el
camino hacia la Pascua. Esta marcha pascual que inicia en el desierto
para confrontarnos muchas veces con nuestros vacíos existenciales, la sed del
ser, el cansancio, las expectativas empañadas, el desencanto y la búsqueda de
significado, solo Jesucristo que conoce bien el desierto y sus fieras la puede originar,
empujar y llevar hacia la Pascua.
“En ocasiones la sed de sentido no la pueden explicar
satisfactoriamente ni las claridades teológicas ni el fulgor de un ideal sino
solamente un Jesucristo vivo y personal, mar de fuerza y dulzura, columna
estabilizadora de las energías vitales. Cuando el señor comienza a vivir en el
corazón, se colman las expectativas, todo lo cubre de belleza y sentido. Más
aun, el Señor, cuando está
verdaderamente vivo en el corazón, no solo cubre los vacíos, sino que sana las
esclerosis, vigoriza las anemias. En una palabra, Dios todo lo viste de alegría
y la vida llega a ser adoración y amor”.
Resulta que a veces el tedio, la
acedia, se apodera de nuestras energías vitales y se va perdiendo la pasión y
enfriando el caminar. Llega la pesadumbre,
ese no sé qué que no sabemos explicar. “Si
hoy somos personas consagradas, significa que hubo un tiempo en que Jesús era
un gran amigo, tan amigo que fue capaz de deslumbrarnos y arrancarnos de los
brazos de un proyecto normal de vida y lanzarnos a este otro proyecto extraño y
audaz de vida religiosa”.
En la particularidad de cada
experiencia vital-espiritual son diversas las situaciones que pueden socavar y
dejar vacíos, pero en casos generales ha podido acontecer lo siguiente: “que si hemos descuidamos nuestra relación
personal con El, Jesús (su presencia) va desdibujándose en nuestro horizonte. En la medida que eso sucede, se van perdiendo
paso a paso las ganas de estar con Él, y
cuanto menos estamos, menos ganas. Y cuanto menos estamos, él va perdiéndose de
mi vista, evaporándose paulatinamente hasta desaparecer de mi esfera vital. Jesús ha muerto para mí. Aquel que antaño me arrebataba,
hoy me deja frio, aquel que fue mi primavera, hoy es hoja de otoño caído,
rescoldo de una hoguera. Se llama desencanto”.
En fin, muchas cosas han podido
abonar el proceso de desencanto. Pasaron los años y comenzaron a soplar los
vientos de nuevas ideas. Se decía que
hoy hay que orar de distinta manera, que a Dios no hay que buscarlo en la
soledad sino en el hervor de las calles, en el fragor de las multitudes, que el que
trabaja ya reza, que el apostolado ya es oración. Sustituyeron la oración por la reflexión,
muchas semanas de reflexión, pero poca
oración. Entonces cuando se quería
entrar en oración de profundidad algo extraño pasaba, te sentías como perdido. Naturalmente se fue perdiendo altura en la
actividad orante y dentro de la ley de compensación, a mayor vacío interior, mayor actividad exterior. Entonces cuanto más te sumergías en los compromisos terrestres, más te
desligabas de Jesús. La vida del religioso comienza a perder
sentido al abandono de la oración personal, frecuentas algún sacramento más
por rutina que por hambre y asiste a la oración comunitaria de la misma manera.
Desvanecido Jesús, un religioso viene a ser como si al
universo le fallara el centro de gravedad, un cuerpo sin columna vertebral o a un
edificio la viga maestra: todo se desajusta, pierde el equilibrio y comienza a
tambalearse. Falla esa cosa sutil, fundamental e indefinible que llaman sentido
de vida.
Con todo lo anterior, partiendo
del supuesto de que el origen de todos los desencantos, vacíos y falta de
sentido sea fundamentalmente el congelamiento de la pasión por el Señor, ¿Cómo despertar el apetito de Dios? ¿Cómo recuperar el encanto? ¿Cómo escapar de la instalación en la
apatía espiritual? ¿Qué hacer para salir de esa situación? Las respuestas seguro las hallaras a solas con
aquel que te ha llamado a estar con él. Es
en el encuentro frecuente y profundo, en el trato personal, donde y cuando el Señor
se torna en concretez y fuerza, alegría y presencia. Si el Señor
no es la alegría del religioso, este pronto llegará a sentir sensación de tedio
e inutilidad, y de haberse equivocado ¿qué hago yo aquí? Se preguntará. Y concluirá: mi vida ya no
tiene sentido.
“De nuevo hay que poner en movimiento aquellas energías mentales que en
la fe nos unen al Señor; hay que limpiar las vías oxidadas y establecer otra
vez cálidas corrientes de vida entre el alma y Dios”. Hay
que orar. Para recuperar el encanto
por Jesucristo es necesario hablar con
el Señor, hablar que no es necesariamente un cruce de palabras sino de
interioridades, de corazón a corazón, como le gusta a Él, con corazón sincero,
abriendo con honestidad el Ser. Hay que
Adorar, vivencia inmediata de Dios. Adorar. En la medida que esto suceda, Dios será para
mi más próximo y vivo, Dios va siendo cada vez más alguien en quien y por quien
se superan las dificultades, se asumen con alegría los sacrificios, nace el
amor, de nuevo todo tiene sentido. Otra
vez se abre el espiral de la vida para el religioso.
¿Señor a dónde iremos? Solo tú nos das la vida. Levántate, inicia
la marcha y ve hacia el Señor que da la vida, fortalece tu experiencia
oracional. Escúchale hoy en el desierto.
¿Cómo te sientes? ¿Cómo es tu oración personal hoy? ¿Qué quisieras
contarle hoy a Jesús?
Te propongo el ejercicio de escribir al respecto, tu actual experiencia
y situación. Te ayudará. El pueblo de
Israel escribió su experiencia de desierto, de camino, de lágrimas, cansancio,
pero también de encuentro y vida para
recordar siempre lo que Dios hizo para darle libertad, la Pascua.
¡Habla con Jesús!
Víctor Manuel Fontalvo Camargo, cmf
LA VIDA ESPIRITUAL DE LOS RELIGIOSOS. IGNACIO
LARRAÑAGA.O.F.M.C. (1981). LA URGENCIA DE DIOS EN EL HOMBRE CONTEMPORANEO.
MADRID: INSTITUTO TEOLOGICO DE VIDA RELIGIOSA.
Hacer el ejercicio de escribir, se complementa con el oficio de dialogar con los hermanos para descubrir la riqueza y divergencias que enriquecen nuestro camino cuaresmal. En común oración, esperamos que sigan ese hermoso camino misionero, aprovechando la formación.
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